lunes, 31 de diciembre de 2007
Campanadas a medianoche
Campanadas a medianoche (1965), Orson Welles
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Emily Dickinson
341
Después de un gran dolor llega una sensación solemne–
y los Nervios se aquietan, ceremoniosos como Tumbas–
El corazón rígido se pregunta si fue Él quien pudo aguantar tanto,
¿y fue Ayer o hace siglos?
Los Pies, mecánicos, recorren–
por el Suelo, o el Aire, o la Nada–
un camino Vacío
y Descuidado,
un contento de Cuarzo, como una piedra.
Es la Hora del Plomo–
recordada, si es que se sobrevive,
como los que se helaron se acuerdan de la nieve–
Primero –el Frío– después el Estupor– después abandonarse.
Emily Dickinson
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Alejandra Pizarnik
IX
Mi canto de dormida al alba
¿era esto pues?
Alejandra Pizarnik, en Poesía completa
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sábado, 29 de diciembre de 2007
W. H. Auden
MUSEE DES BEAUX ARTS
Jamás se equivocaban acerca del sufrimiento,
Los Viejos Maestros: cómo comprendían
Su posición humana; cómo tiene lugar
Mientras algún otro está comiendo o abriendo una ventana o
sencillamente andando aburridamente;
Cómo, mientras los ancianos están esperando reverente, apasionadamente
El milagroso nacimiento, siempre tiene que haber
Niños que no tenían ningún deseo especial de que se produjera, patinando
Sobre un estanque en el borde del mundo:
Jamás olvidaron
Que incluso el temible martirio ha de llegar a su fin
De cualquier manera en una esquina, en algún punto deseado
Donde los perros viven su perruna vida y el caballo del torturador
Se rasca su inocente trasero contra un árbol.
En el Icaro de Brueghel, por ejemplo: cómo se aleja todo
Calmadamente del desastre; el hombre del arado puede
Que haya oído el chapoteo, el grito desesperado,
Pero para él no era un fracaso importante; el sol brillaba
Como debía sobre las blancas piernas que desaparecían en la verde
Agua; y el valioso y delicado barco que tenía que haber visto
Algo asombroso, un muchacho cayendo del cielo,
Tenía que llegar a alguna parte y seguía calmoso su camino.
W.H. Auden, Poemas escogidos
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W. H. Auden
BLUES DE LA MURALLA ROMANA
Sobre el brezo sopla el húmedo viento,
Tengo piojos en mi túnica y un catarro de nariz.
La lluvia cae golpeante desde el cielo,
Soy un soldado de la Muralla, no sé por qué.
La neblina se arrastra sobre la dura piedra gris,
Mi novia está en Tungría; duermo solo.
Aulus se dedica a merodear la casa,
No me gustan sus modales, no me gusta su casa.
Piso es un cristiano, adora a un pez;
No habría besos si de él dependiera.
Ella me dio un anillo pero lo perdí a los dados;
Quiero a mi novia y quiero mi paga.
Cuando sea un veterano con un solo ojo
No haré más que mirar el cielo.
W.H. Auden, de Poemas escogidos
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poesía
El desierto de los tártaros
Casi dos años después, Giovanni Drogo dormía una noche en su habitación de la Fortaleza. Habían pasado veintidós meses sin traer nada nuevo y él se había quedado inmóvil, esperando, como si la vida debiera tener con él una especial indulgencia. Y, sin embargo, veintidós meses son largos y pueden suceder muchas cosas: hay tiempo para que se formen nuevas familias, nazcan niños y hasta empiecen a hablar, para que se alce una gran casa donde antes sólo había un prado, para que una hermosa mujer envejezca y ya nadie la desee, para que una enfermedad, incluso de las más largas, se prepare (y mientras tanto el hombre sigue viviendo despreocupado), consuma lentamente el cuerpo, se retire en breves apariencias de curación, se reanude desde los más hondo, sorbiendo las últimas esperanzas; queda aún tiempo para que el muerto sea enterrado y olvidado, para que el hijo sea de nuevo capaz de reír y por la noche acompañe a las muchachas por las avenidas, inconsciente, a lo largo del cementerio.
Dino Buzzati, El desierto de los tártaros
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martes, 25 de diciembre de 2007
Stefan George
La palabra del vidente es común a pocos;
ya cuando llegaron los primeros deseos osados
en un extraño reino serio y solitario
inventó él para las cosas nombres propios
en cuyo sonido y fuerza él se deleitó.
Existieron cuando él en el más alto empuje
escapando al mundo se situó bajo los sueños
el son de cuerdas del templo y la lengua sagrada.
Stefan George
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Ricardo Reis
Es tan suave la fuga de este día,
Lidia, que no parece que vivimos;
sin duda que los dioses
a esta hora nos son gratos,
En paga doble de la fe que habemos
en la verdad ausente de sus cuerpos
nos dan el alto premio
de permitirnos ser
lúcidos invitados de su calma,
un momento herederos de su modo
de la vida vivir
en un solo momento,
en un momento, Lidia, en que, apartados
de terrenas angustias, recibimos
olímpicas delicias
dentro de nuestras almas.
Sólo un instante nos sentimos dioses
por la calma, inmortales, que vestimos
y altiva indiferencia
a cuanto es pasajero.
Cual se guarda corona de victoria,
de un solo día estos laureles mustios
para tener, guardemos,
en futuro arrugado,
perenne a nuestra vista prueba cierta
de que un punto los dioses nos amaron
y una hora nos dieron,
nuestra no: del Olimpo
Ricardo Reis, de Odas
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Michael Praetorius - La feria rosa del mundo
Michael Praetorius, La feria rosa del mundo (1612)
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jueves, 20 de diciembre de 2007
Sophia de Mello Brreyner Andresen
II
Escucha, Lidia, cómo corren los días
Fingidamente inmóviles,
Y a la sombra de frondas y palabras
Los dioses revelan
Como para beber la sangre
Que nos volvió atentos.
II
Escuta, Lídia, como os dias correm
Fingidamente imóveis,
E à sombra de folhagens e palavras
Os deuses transparecen
Como para beber o sangue oculto
Que nos tornou atentos.
Sophia de Mello Breyner Andresen, de Nocturno Mediodía (Antología poética)
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Sophia de Mello Breyner A.
sábado, 15 de diciembre de 2007
Antonio Colinas
ZAMIRA AMA LOS LOBOS
Zamira ama los lobos.
Yo quisiera ir con ella a buscarlos
a las tierras más altas,
donde los robledales rojos de Sotillo
han perdido sus hojas en las fuentes,
allá donde los caballos
beben el agua helada de las cascadas
y se espera la nieve
como una bendición.
Tú y yo estamos en este hospital
esperando a la muerte.
No la muerte tuya ni la muerte mía,
sino la de aquellos que nos dieron la vida.
Y éstos, ¿a quiénes pasarán,
cuando mueran, sus muertes?
Tú y yo esperando el final,
el vacío del límite,
mientras la vida brilla y tiembla entre nosotros
como un cuchillo inocente.
Y es que, esperando la muerte de los otros,
esperamos, un poco, la muerte nuestra.
Quizá, por ello, Zamira ama los lobos.
Quizá, por ello, yo deseo también
salir a buscarlos con ella este mes de diciembre
a los páramos altos,
a los prados remotos.
Y podríamos ver los espinos,
y las brasas de sangre del sol
en mimbrales morados.
Puesta ya en nuestros ojos
la venda de la nieve,
que no pensemos más, que ya no nos deslumbre
el acre resplandor de los quirófanos.
Zamira ama los lobos,
quiere escapar del laberinto de piedra y cristal
del dolor.
Zamira: partamos y no regresemos.
Antonio Colinas, de Tiempo y abismo
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martes, 11 de diciembre de 2007
La cartuja de Parma - Stendhal
-¿Qué dices? -gritó el general.
Pero el estruendo fue tal en este instante, que Fabricio no pudo contestarle. Confesaremos que nuestro héroe era muy poco heroico en este momento. Sin embargo, no era el miedo lo que en él predominaba; estaba escandalizado principalmente por ese ruido que le hacía daño en los oídos. La escolta empezó a galopar atravesando un gran campo labrado situado más allá del canal; este campo estaba lleno de cadáveres.
-¡Los colorados, los colorados! -gritaban alegres los húsares de la escolta.
Fabricio no entendía al principio; pero por fin observó que, en efecto, casi todos los cadáveres estaban vestidos de rojo. Una circunstancia le produjo un temblor de horror, y es que notó que muchos infelices colorados vivían aún y gritaban evidentemente pidiendo auxilio; nadie se detenía para socorrerlos. Nuestro héroe, muy humano, se tomaba un enorme trabajo para que su caballo no pisará a ningún colorado.
Stendhal, La cartuja de Parma
Viaje al fin de la noche
Ahí acabó el diálogo, porque recuerdo muy bien que tuvo el tiempo justo de decir: "¿Y el pan?". Y después se acabó. Después, sólo fuego y estruendo. Pero es que un estruendo que nunca hubiera uno pensado que pudiese existir. Nos llenó hasta tal punto los ojos, los oídos, la nariz, la boca, al instante, el estruendo, que me pareció que era el fin, que yo mismo me había convertido en fuego y estruendo.
Pero, no; cesó el fuego y siguió largo rato en mi cabeza y luego los brazos y las piernas temblando como si alguien los sacudiera por detrás. Parecía que los miembros me iban a abandonar, pero siguieron conmigo. En el humo que continuó picando en los ojos largo rato, el penetrante olor a pólvora y azufre permanecía, como para matar chinches y las pulgas de la tierra entera.
Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche
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sábado, 8 de diciembre de 2007
F. Hölderlin - Lo imperdonable
LO IMPERDONABLE
Si olvidáis los amigos, si os burláis del artista
o a una mente profunda rebajáis, degradáis...
Dios lo perdonará; pero nunca turbéis
la paz de los amantes.
DAS UNVERZEIHLICHE
Das Unverzeihliche.Wenn ihr Freunde vergeßt, wenn ihr den Künstler höhnt,
Und den tieferen Geist klein und gemein versteht,
Gott vergibt es, doch stört nur
Nie den Frieden der Liebenden
Friedrich Hölderlin, en Antología poética
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viernes, 7 de diciembre de 2007
Stéphane Mallarmé - Brise marine
Brisa marina
La carne está triste, ay, y he leído todos los libros.
¡Huir! ¡huir hacia allá! ¡Siento que hay pájaros ebrios
de hallarse entre la espuma desconocida y los cielos!
Nada, ni los viejos jardines reflejados por los ojos,
retendrá a este corazón que en el mar se empapa,
¡oh noches!, ni la claridad desierta de mi lámpara
sobre el papel vacío que la blancura defiende
y tampoco la mujer joven que da el pecho a su hija.
¡Marcharé! Vapor que balanceas tus mástiles.
¡Leva el ancla hacia una exótica naturaleza!
¡Un Hastío, desolado por las crueles esperanzas,
aún cree en el adiós supremo de los pañuelos!
Y tal vez los mástiles que invitan al huracán
son de aquellos que un viento inclina sobre los naufragios
perdidos, sin mástiles, sin mástiles, ni fértiles islotes...
Pero ¡oh corazón mío, escucha el cantar de los marineros!
Brise marine
La chair est triste, hélas! et j'ai lu tous les livres.
Fuir! là-bas fuir! Je sens que des oiseaux sont ivres
D'être parmi l'ecume inconnue et les cieux!
Rien, ni les vieux jardins reflétés par les yeux
Ne retiendra ce coeur qui dans la mer se trempe
O nuits! ni la clarté déserte de ma lampe
Sur le vide papier que la blancheur défend
Et ni la jeune femme allaitant son enfant.
Je partirai! Steamer balançant ta mâture,
Lève l'ancre pour una exotique nature!
Un Ennui, désolé par les cruels espoirs,
Croit encore à l'adieu suprême des mouchoir!
Et, peut-être, les mâts, invitant les orages
Sont-ils de ceux qu'un vent penche sur les naufrages
Perdus, sans mâts, sans mâts, ni fertiles îlots...
Mais, ô mon coeur, entends le chant des matelots!
Stéphane Mallarmé, de Poesía completa
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jueves, 6 de diciembre de 2007
El hombre de Laramie - Anthony Mann
El hombre de Laramie (1955), Anthony Mann
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Mann Anthony
Michel de Montaigne - Ensayos
Yo no he llegado aún a ese vigor desdeñoso que se fortifica en sí mismo, al cual nada ayuda ni turba; me encuentro un poco más bajo. Y lo que pretendo es agazaparme y apartarme de este paso no tanto por temor como por arte. A mi ver, no es esta ocasión de un solo personaje. ¿Por qué? Porque en este momento acaba todo el interés que uno siente por la reputación. Yo me conformo con una muerte recogida en sí misma, sosegada y solitaria, cabalmente mía, que concuerda con mi vida retirada y apartada. Lo contrario de lo que pretendía la superstición romana, al considerar desdichado a quien moría sin hablar y sin tener a su lado a parientes y amigos que le cerraran los ojos. Ya tengo bastante con consolarme, sin necesidad de procurar consuelo a los demás; demasiadas ideas asaltan mi cabeza sin que a mi alrededor las encuentre, y demasiadas cosas tengo en qué pensar para pedir otras prestadas. Este tránsito no es cosa de la sociedad; es el acto de un solo personaje. Vivamos y riamos entre los nuestros; vayamos a morir y a rechinar junto a los desconocidos. Pagándolo, encontraréis quien os vuelva la cabeza y quien os frote los pies, quien os apriete como queráis, mostrándoos un semblante indiferente y dejándoos que os gobernéis o quejéis a vuestro modo.
Michel de Montaigne, Ensayos
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Montaigne Michel de
miércoles, 5 de diciembre de 2007
Jorge Eduardo Eielson
1
Existirá una máquina purísima
copia perfecta de sí misma
y tendrá mil ojos verdes
y mil labios escarlata
no servirá para nada
pero tendrá tu nombre
oh eternidad
Jorge Eduardo Eielson, de Vivir es una obra maestra
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domingo, 2 de diciembre de 2007
J.R.J. - ¿Al fin poetas?
¿Al fin poetas?
No está la muerte nuestra bajo tierra,
que nos mata en la luz;
aquí estamos muriendo en esta luz,
en las copas doradas de la luz.
Reviviremos hondos a más vida;
nos vivirá la muerte
entre la sombra rica y poderosa
de las raíces frescas de los árboles.
Ni fuimos lo que somos hasta un día,
ni ese día fue sumo;
de la sombra vinimos y a la sombra
volveremos; la sombra es nuestro hogar.
Nos abrió una semilla y otra somos,
y esto es sólo una vez;
enjendrar más iguales no nos sigue,
nos sigue una inesperada lengua.
Lengua de nuestro mítico mudarnos
en primavera, lengua
de nuestro milagroso cumplimiento.
¿Una lengua de fuego, al fin poetas?
Juan Ramón Jiménez, de En el otro costado
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